martes, 8 de abril de 2014

Kinder Chocolate nos activa

Cuando pienso en Kinder siempre me viene en mente su famoso huevo de chocolate, e inevitablemente lo relaciono con el anuncio de aquella época en que yo miraba la tele: ¡es chocolate y juguete en uno! O algo así.

Ya no volví a pensar más en Kinder hasta que hace poco me fijé en una promoción que han sacado, Actívate con Kinder Chocolate. Por lo visto, Kinder debe ser una compañía que le da importancia al desarrollo y la felicidad de los niños… Además de continuamente renovar los diferentes juguetes escondidos en los huevos, ahora se han propuesto que, a cambio de comprar una cajita con ocho barritas de Kinder Chocolate, un niño pueda hacer una actividad extraescolar a su elección, de entre las categorías de arte, música, idiomas y deporte. Y directamente, sin sorteos de por medio. Lo único que se necesita para reservar la actividad es el código que viene en la cajita y el ticket de compra. E incluso, si no se tiene el ticket de compra (es lo típico que siempre se tira), se puede reservar actividad mandando la cajita por correo postal. Kinder ha contactado con diferentes centros de toda España para concertar las actividades, que aceptan niños de 3 hasta 16 años. ¡Sería ideal comprar 50 cajitas y hacer un curso entero de algo! Pero claro, eso no se puede: como máximo se puede repetir la misma actividad dos veces.

De todas maneras opino que es una promoción genial para que niños y niñas encuentren esa actividad que más les apetece sin tener que arriesgar todas las cartas a una opción. Así pueden ir probando hasta que den con aquello que más les gusta, y en el centro que prefieran.

¡Gracias, Kinder!

martes, 25 de marzo de 2014

Clínica del Pilar sí, Clínica del Pilar no

Durante todo el embarazo la futura madre tiene varias preocupaciones, la principal, relacionada con el parto y todo lo que comporta. No sabes cómo será, cuánto va a doler, si el bebé va a salir por donde debe o, por el contrario, va a ser necesaria una cesárea, con todo lo que conlleva. Y, culminando todo esto, si el centro que el ginecólogo ha escogido para el parto estará a la altura de las necesidades de la madre, o bien ésta será tratada sin miramientos, como una parturienta quejica más.

Desde que se confirmó mi embarazo, mi médico anunció que mi bebé nacería en la Clínica del Pilar. Como toda madre primeriza, estuve preguntando aquí y allá sobre las bondades del centro, e informándome en foros especializados. Ya se sabe que en Internet se encuentran más cosas malas que buenas, y si se busca con insistencia, se encuentran todo tipo de experiencias horripilantes que echan para atrás a cualquier embarazada.  Las historias sobre la Clínica del Pilar no iban a ser menos, así que decidí confiar en mi médico y no leer nada, dispuesta a aceptar lo que sucediera con buena voluntad.

Y por fin, durante el puente de Todos los Santos, mi niña decidió salir. Y yo, tanto que había confiado en mi médico y en el centro que él había escogido, me encontré con que estaba fuera de la ciudad y que no iba a venir a atender el parto. Llegué al hospital a las 6:30 de la mañana y me pusieron el monitor con las típicas correas. Para mí que pensaron que era la típica primeriza que con un dolorcillo se asusta y va corriendo al hospital. Llegó la comadrona no de muy buen humor, pues la habían sacado de la cama y había tenido que ir corriendo al hospital, y todo, como después ella misma reconoció que pensó, por una primeriza que seguro que había que mandar a casa. Sin embargo la cara le cambió cuando comprobó que la primeriza estaba dilatada de 5 centímetros, y que ya podía ponérsele la epidural. El parto tengo que admitir que fue rodado, y tan sólo pasé 47 minutos de reloj en el paritorio haciendo pujos. Tengo que agradecer infinitamente al equipo de partos, a la comadrona y a la doctora de guardia que me atendió, que hicieran todo lo posible para evitar un desgarro. Por tanto, no tengo más que buenas palabras para hablar de mi experiencia de parto en la Clínica del Pilar.

Luego, el personal de la nursery de planta… aysh, ése ya fue otro cantar. Mala información y falta de atención hacia los padres era la tónica general de esa enfermería dedicada a bebés. Una te decía una cosa, y la siguiente otra diferente. En general, todas bastante bordes, y hasta enfadadas de que las llamaras para preguntarles qué había que hacer (¡somos padres primerizos!).

Hubo muchas cosas que no me gustaron, pero resaltaré específicamente dos, que en realidad están relacionadas entre sí. El mayor problema que se encuentra la recién estrenada madre es la lactancia, para la que nadie te prepara realmente. Al cabo de un tiempo, después de mucho leer y tras la visita con tu pediatra, te enteras de que existe una cosa que se llama la confusión tetina-pezón, por lo que es muy importante que el bebé no use ni tetinas ni chupetes durante su primer mes de vida. El riesgo de no hacerlo: que no se te coja bien al pecho y que no aprenda a succionar adecuadamente, que termina siendo la principal fuente de preocupación después del parto. Pues bien, en la Clínica del Pilar, durante una noche especialmente dura en la que el bebé no dejaba de llorar, nos dieron un biberón con leche de formula (¡mal, tetina no!) y también nos dijeron que le pusiéramos chupete, porque eso les calmaba (¡mal!). A ver, enfermeras de la nursery: ¿no se les da una formación específica para cuidar de los bebés recién nacidos? Pues no lo parece.

Así que en conclusión, en la Clínica del Pilar sin duda repetiría en el paritorio, pero después iría con muchísimo ojo con ‘los cuidados’ de las enfermeras de la nursery.

sábado, 30 de julio de 2011

Buzones

Desde pequeña siento una gran fascinación por los buzones. Creo incluso que empecé a escribir y enviar cartas tan sólo para empezar a usarlos. Me gustan los buzones, tan amarillos. Antes, en lugar de ser amarillos, redondos y azules como ahora, eran cuadrados. Cuadrados y con una franja roja, para recordarnos que pertenecían a la gran nación española, supongo. Con una tapa-sombrero triangular, y con dos bocas, en vez de la única que tienen actualmente. Tenían dos ranuras, una para correo municipal y nacional, y otra para correo internacional. Dos bocas con sus dos sacos correspondientes. Pero hace años que el tema se simplificó, y ahora todas las cartas van por el mismo conducto.

Me fijo siempre en la disposición de los buzones. No sé quién decide dónde hay que situar un buzón, cuántos metros de separación tiene que haber entre unos y otros. Muchas veces me he imaginado marcando los buzones con chinchetas en un mapa, tal y como los policías norteamericanos marcan los asesinatos en las series de televisión. Pura obsesión. Parece que estén puestos al azar, diseminados, pero supongo que alguien los puso siguiendo un criterio determinado. Me hubiera gustado ver poner un buzón, sería como ver plantar un árbol, una planta con cimientos. Una vez conocí a un cartero al que pregunté por esta cuestión. Me miró de tal manera que deduje que no era una pregunta que estuviera muy acostumbrado a escuchar, así que no insistí en el tema.

También está la cuestión de la altura: unos son muy altos, y otros, pequeñitos. Quizás estos últimos son producto de la crisis, para ahorrar en metal, digo yo. Así todas las ancianitas que envían cartas llegarán sin problemas a la boca, aunque lo cierto es que no sé si son muchas las que escriben cartas.

Yo sí soy una usuaria activa de los buzones de mi ciudad. Y he estado observando que no sólo hay que meter las cartas y/o postales en la ranura, sino que en la mayor parte de los casos hay que empujarlas suavemente hacia dentro. Si no, las cartas pueden quedarse atrapadas en la rampa que hay entre la boca y el saco, sobre todo si pesan poco. Yo suelo empujar todo lo que encuentro en la rampa hacia dentro, no sea que alguien se quede sin recibir su correo, como le pasó al hada mala de La bella durmiente. Todo para adentro. A algún ser más maligno podría ocurrírsele coger las cartas ajenas atrapadas en la rampa, sólo por curiosidad. Pero no, hay que respetar la privacidad de las personas.

Y esto es todo lo que tengo que decir sobre los buzones.

domingo, 29 de mayo de 2011

Esto te va a gustar

Últimamente no dejan de repetírmelo.

Reconozco que me gusta cuidarme, y que soy compradora habitual de productos cosméticos. Pero no deja de sorprenderme que, cada vez que me intereso por alguna crema, la dependienta me diga: “Ya verás, esto te va gustar mucho”. ¿Y cómo sabes tú si me va a gustar o no? ¿Acaso te ha bastado un simple vistazo para saber quién soy y qué productos me gustan? ¿Qué sabes tú si me gustan las cremas más o menos densas, que huelan más o menos fuerte, y un largo etcétera?

Quizás las dependientas no sólo estén entrenadas para vender, sino que también han recibido la correspondiente formación para elaborar un diagnóstico adecuado de la piel. Pero dudo que ese diagnóstico se pueda realizar con una simple mirada, y menos si la piel en cuestión está en ese momento oculta bajo una capa de finísimo maquillaje… En fin; si ya me sorprende normalmente la frase: “Bueno, con la piel que tienes, creo que esta crema te va a ir bien”, ¡cómo no me va a sorprender “esto te va a gustar”! Por tanto, he llegado a la conclusión de que para ellas, esto es como decir: “Venga, cómprame esta cremita que ya verás qué buena es, con lo que vale”. Confían en que como es un producto de una empresa de gama alta, a todo el mundo le tiene que gustar.

Pero atención, ¡esta frase no sólo la repiten las dependientas de perfumería! También me la han dicho dos esteticistas diferentes y una dermatóloga (y no era mi dermatóloga de toda la vida: nos acabábamos de conocer). Y tengo que decir que en la mayoría de los casos, les hice caso, y pensé “bueno, a lo mejor sí que me gusta”. Pero no. No siempre me gusta. E incluso en ocasiones, me disgusta, pese a todas las “buenas cualidades” que ese producto seguramente tiene. Pero mi piel es un tanto especial, y no admite ese “te va a gustar” general que le enchufan a todas las clientas o pacientes. Eso es lo que he aprendido con el tiempo.

Sin embargo, sigo intrigada con la frase. Me gustaría saber qué pasa por la cabeza de quién la dice. ¿Se la está creyendo de verdad, o la repite como parte de una rutina laboral? Algún día, lo tengo que preguntar.

jueves, 21 de abril de 2011

Fotos

Una de las cosas que acostumbro a hacer en la vida son fotos. No me considero profesional ni nada por el estilo, y mi afición ni siquiera puede llamarse hobby. Simplemente, diría que me gusta captar los momentos: todos los momentos. Por eso hago muchas fotos.

La gente a mi alrededor ya está acostumbrada a verme sacar la cámara cada vez que hay una celebración un poco especial. Por eso, los que me conocen, no se quejan demasiado cuando los rayos del flash les pillan desprevenidos: en el fondo, les gustará verse.

Mi cámara es una máquina normal, una automática digital bastante simple. Pero yo la uso porque, en realidad, esas fotos que hago congelan unos segundos que ya no volverán. Y está bien fijar esos segundos y volver a ellos otra vez, después de un tiempo.

Hace un par de años me fui sola a Roma durante una semana. Viajar solo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y uno de ellos, es que nadie te hace fotos. Había, pues, que encontrar otra manera de captar esos momentos junto al Coliseo o la Fontana di Trevi.
La manera más obvia, por supuesto, es pedirle a alguien que te haga una foto, un método al que han recurrido alguna vez todas las parejas que han viajado por el mundo. Pero, atención, la realidad es que la gente no sabe hacer fotos. Hacer una foto no consiste solamente en apretar un botón, hay que saber encuadrar. Y esto que a priori parece sencillo, no lo es. Existe la manía entre la gente de intentar abarcar tanto fondo, que a la persona que posa casi ni se la ve. Oiga, no pasa nada si me corta las piernas, ¡quiero que se me vea la cara de felicidad entre las ruinas del Foro Romano! Pues esto resulta que es pedir demasiado. Por no hablar de la intranquilidad que aflora sobre mí cada vez que le entrego mi cámara a un desconocido: ¿cómo saber que no se va a largar corriendo con las fotos de todo mi viaje? La verdad es que nunca me ha pasado, pero lo he pensado muchas veces.

Una vez comprobado que la gente no sabe hacer fotos, no te queda otro remedio que hacértelas tú mismo. Una de las ventajas de la era digital es que cada vez dependes menos de las otras personas para conseguir lo que te propones. Y vale que la longitud de tu brazo es limitada, y no podrás apartar más de un metro la cámara de tu cara… pero si te equivocas, o no te gustas, puedes repetir y repetir, hasta que la foto quede a tu gusto. Así es cómo inmortalicé gran parte de mi estancia en Roma, con la ayuda de mi brazo fotógrafo.

lunes, 11 de abril de 2011

Lo que importa no es estar delgada, sino estar buena

Esta asombrosa frase se podía leer en un cartel DIN-A4 horizontal colgado en el corcho de uno de los departamentos de la empresa en la que trabajaba. Por aquel entonces, todo era aparentemente normal (más o menos): un departamento compuesto íntegramente por mujeres jóvenes, a las que les gustaba, cómo a muchas otras, ser admiradas por su físico y su simpatía.
Pero ahora, después de muchos años, cuando pienso en aquello, me doy cuenta de que la frase formaba parte de un plan mucho más complejo, una estrategia que, aplicada con perseverancia e insistencia, daría sus frutos.
Estar delgada. Hoy en día, todas queremos estar delgadas. Vamos a comprarnos ropa y queremos que nos quede bien. No nos gusta ver cómo los michelines desbordan por encima de la cintura del pantalón o de la falda. No nos gusta ver cómo los brazos van hinchándose hasta perder el tono, ni enseñar las piernas cuando llega el verano. Y creemos que si estamos delgadas, estaremos buenas.
Pues bien, esas chicas descubrieron que no todo pasa por estar delgada, y dieron con la que sería la piedra filosofal de sus carreras en la empresa: pusieron todo su empeño en estar buenas. Estar buena no es tarea fácil, e implica dominar toda una serie de habilidades tanto físicas como emocionales. Está lo obvio, como vestirse, maquillarse y perfumarse bien. También incluye dominar el lenguaje del cuerpo: trabajar la sonrisa, la mirada, la expresividad de las manos… Pero nada de esto servirá si no tenemos un objetivo.
Las chicas que colgaron el cartel conocían bien su objetivo, y la estrategia les salió perfecta (a unas más que a otras).
A mí, que siempre lo vi desde fuera, esta frase siempre me definirá lo que fue trabajar en esa empresa.

sábado, 12 de marzo de 2011

Cuando sales de una tienda y descubres que tu paraguas no está

Éste es uno de los grandes temores que siempre he tenido. No es que crea que mis paraguas son súper chulos, es más, hay veces que son míseras adquisiciones de emergencia del chino. Sin embargo, si llueve y entro en una tienda, siempre miro con recelo el cubo destinado a los paraguas que tienen en la entrada.

A no ser que afuera caiga el diluvio universal, no dejo nunca el paraguas donde no lo pueda controlar: prefiero ir dejando gotitas por toda la tienda y arriesgarme a sufrir las miradas vengativas de las dependientas de turno. Y si me dicen algo, una de dos: o me voy, o que me aseguren que mi paraguas no va a desaparecer.

La realidad es: ¿quién controla ese cubo? ¿Qué impide a cualquier cliente salir a la calle y coger el paraguas que más le guste? ¿O cualquier paraguas que cubra la cabeza?

En fin, ladrones de paraguas, os estaré vigilando.