sábado, 30 de julio de 2011

Buzones

Desde pequeña siento una gran fascinación por los buzones. Creo incluso que empecé a escribir y enviar cartas tan sólo para empezar a usarlos. Me gustan los buzones, tan amarillos. Antes, en lugar de ser amarillos, redondos y azules como ahora, eran cuadrados. Cuadrados y con una franja roja, para recordarnos que pertenecían a la gran nación española, supongo. Con una tapa-sombrero triangular, y con dos bocas, en vez de la única que tienen actualmente. Tenían dos ranuras, una para correo municipal y nacional, y otra para correo internacional. Dos bocas con sus dos sacos correspondientes. Pero hace años que el tema se simplificó, y ahora todas las cartas van por el mismo conducto.

Me fijo siempre en la disposición de los buzones. No sé quién decide dónde hay que situar un buzón, cuántos metros de separación tiene que haber entre unos y otros. Muchas veces me he imaginado marcando los buzones con chinchetas en un mapa, tal y como los policías norteamericanos marcan los asesinatos en las series de televisión. Pura obsesión. Parece que estén puestos al azar, diseminados, pero supongo que alguien los puso siguiendo un criterio determinado. Me hubiera gustado ver poner un buzón, sería como ver plantar un árbol, una planta con cimientos. Una vez conocí a un cartero al que pregunté por esta cuestión. Me miró de tal manera que deduje que no era una pregunta que estuviera muy acostumbrado a escuchar, así que no insistí en el tema.

También está la cuestión de la altura: unos son muy altos, y otros, pequeñitos. Quizás estos últimos son producto de la crisis, para ahorrar en metal, digo yo. Así todas las ancianitas que envían cartas llegarán sin problemas a la boca, aunque lo cierto es que no sé si son muchas las que escriben cartas.

Yo sí soy una usuaria activa de los buzones de mi ciudad. Y he estado observando que no sólo hay que meter las cartas y/o postales en la ranura, sino que en la mayor parte de los casos hay que empujarlas suavemente hacia dentro. Si no, las cartas pueden quedarse atrapadas en la rampa que hay entre la boca y el saco, sobre todo si pesan poco. Yo suelo empujar todo lo que encuentro en la rampa hacia dentro, no sea que alguien se quede sin recibir su correo, como le pasó al hada mala de La bella durmiente. Todo para adentro. A algún ser más maligno podría ocurrírsele coger las cartas ajenas atrapadas en la rampa, sólo por curiosidad. Pero no, hay que respetar la privacidad de las personas.

Y esto es todo lo que tengo que decir sobre los buzones.