jueves, 21 de abril de 2011

Fotos

Una de las cosas que acostumbro a hacer en la vida son fotos. No me considero profesional ni nada por el estilo, y mi afición ni siquiera puede llamarse hobby. Simplemente, diría que me gusta captar los momentos: todos los momentos. Por eso hago muchas fotos.

La gente a mi alrededor ya está acostumbrada a verme sacar la cámara cada vez que hay una celebración un poco especial. Por eso, los que me conocen, no se quejan demasiado cuando los rayos del flash les pillan desprevenidos: en el fondo, les gustará verse.

Mi cámara es una máquina normal, una automática digital bastante simple. Pero yo la uso porque, en realidad, esas fotos que hago congelan unos segundos que ya no volverán. Y está bien fijar esos segundos y volver a ellos otra vez, después de un tiempo.

Hace un par de años me fui sola a Roma durante una semana. Viajar solo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y uno de ellos, es que nadie te hace fotos. Había, pues, que encontrar otra manera de captar esos momentos junto al Coliseo o la Fontana di Trevi.
La manera más obvia, por supuesto, es pedirle a alguien que te haga una foto, un método al que han recurrido alguna vez todas las parejas que han viajado por el mundo. Pero, atención, la realidad es que la gente no sabe hacer fotos. Hacer una foto no consiste solamente en apretar un botón, hay que saber encuadrar. Y esto que a priori parece sencillo, no lo es. Existe la manía entre la gente de intentar abarcar tanto fondo, que a la persona que posa casi ni se la ve. Oiga, no pasa nada si me corta las piernas, ¡quiero que se me vea la cara de felicidad entre las ruinas del Foro Romano! Pues esto resulta que es pedir demasiado. Por no hablar de la intranquilidad que aflora sobre mí cada vez que le entrego mi cámara a un desconocido: ¿cómo saber que no se va a largar corriendo con las fotos de todo mi viaje? La verdad es que nunca me ha pasado, pero lo he pensado muchas veces.

Una vez comprobado que la gente no sabe hacer fotos, no te queda otro remedio que hacértelas tú mismo. Una de las ventajas de la era digital es que cada vez dependes menos de las otras personas para conseguir lo que te propones. Y vale que la longitud de tu brazo es limitada, y no podrás apartar más de un metro la cámara de tu cara… pero si te equivocas, o no te gustas, puedes repetir y repetir, hasta que la foto quede a tu gusto. Así es cómo inmortalicé gran parte de mi estancia en Roma, con la ayuda de mi brazo fotógrafo.

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